La pálida
armonía de aquel reino,
cantaba Hebrían sus días de alegría.
Pero una tarde en que el sol no llegó al Ceni,
el rey contrajo una curiosa enfermedad.
Ni los sulemas con su magia prodigiosa
pudieron descubrir aquel problema.
Pero lo cierto es que era contagioso,
no había cura para el aburrido.
Y un borracho que se unía a la amargura,
gritó muy fuerte y señaló al bufón.
Debes salvar a nuestro rey enfermo,
toma tu espada
y destruye al dragón.
Nadie se opuso,
el rey lo miró fijo y lo bendijo cediendole una espada.
Mata a la bestia,
salva a tu este reino y caballero volverás a mi corte.
Yobo lo partió sin perder tiempo,
no dudó ante la orden de su rey.
Pero sabía que aquello no era bueno
y que él era el verdugo de aquel sabio.
Cumplir la voluntad de su señor era desafiar al cilindro del tiempo.