Era un viejito barbudo que nunca podría olvidarlo.
Los pelos solían taparlo de tal modo al infeliz
que pa' verle la nariz era preciso soplarlo.
A mentir y a refrañar,
nadie del tranco le seguía.
Y tan lindo refería las cosas que yo me raiba,
y sus bolazos les craiba sabiendo que me mentía.
¿A quién de me ves?
me dijo las tuve de tuitas menas,
a las anas y morenas querendonas y vagualas.
Los disgustos de las malas
me los pagaron las buenas.
Las mujeres se parecen lo mismo que las estrellas,
pero enhallándose entre ellas la prienda de
nuestro amor,
siempre será la mejor y más bella entre las bellas.
Desconfía de la mujer que no entra a la cocina,
y no se arrima a las tinas pa' lavar ni por
descuido.
En las pilchas del marido se ve el amor de la china.
Cuando una pena traidora te enguelva en la cerrazón,
saca limpio la razón que motivó
tu tristeza,
se ataja con la cabeza los golpes al corazón.
Pensa en Dios,
pero no creas en brujos y en charlatanes,
que viven como araganes emponchados
en las penumbras.
No hay más candil que el que alumbra,
ni trigo que el que hace panes.
La vida es sencilla y clara,
como Dios quiere que sea.
Y el que su charco ensucea pa' que
parezca más hondo,
es el que escuende en el fondo lo que le falta a su idea.
Qué serena está la noche,
qué blanca está la laguna.
Recero de la fortuna,
no te lleves mis novillos.
Cuando se apaguen mis brillos,
te iré a buscar
en la luna.
Se fue tendiendo en el catre
por el peludo vencido,
y ya en el primer ronquido
de las
botas lo alivié.
Con mi poncho lo tapé,
y allí se quedó dormido.
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