Aquellos días a finales de enero, cuando el invierno asediaba Madrid,
dejé al turista, me llevé al viajero, y te confieso que fui muy feliz,
porque tuve en mis dedos el tiempo que nunca se vuelve a repetir.
En Barcelona ardía el liceo, y nuestros cuerpos en otro hemisferio,
fueron pavesas de viento y deseo, de las promesas de los marineros.
Y por muchos placeres que alquilo, y naufrago en botellas de pisco,
no consigo olvidar, si pienso no existo, no sé respirar.
Sin la soledad luminosa y serena que nos dio al paraíso.
Nos perdimos por tabernas del puerto, melancolía y lluvia de Chile,
le diste un beso de eterno secreto en la casa azul de Neruda y Matilde,
porque tuve en mis dedos el tiempo que nunca se vuelve a repetir.
Cuando la luna besaba el Pacífico, y me alejaba de Valparaíso,
miré hacia atrás y brillaban los cerros, como el collar que puse en tu cuello.
Y por muchos placeres que alquilo, y naufrago en botellas de pisco,
no consigo olvidar, si pienso no existo, no sé respirar.
Sin la soledad luminosa y serena que nos dio al paraíso.
No consigo olvidar, si pienso no existo, no sé respirar.
Sin la soledad luminosa y serena que nos dio al paraíso.
Que nos dio al paraíso.
Que nos dio.