Te vas,
fantasma del sol mañanero,
de amarillento sudor en la piel,
con la firmeza invencible del día,
ánima breve del amanecer.
Como esas cosas que siempre se pierden,
cuando la luz las empieza a tocar,
el fuego fatuo del campo se apaga y este destino se vuelve fugaz.
Cuando la noche gotea en mi boca
leche de luna secreta y plateada,
yo te juarrollo si el hambre es hirviendo,
para que nadie se acerque a tus ganas,
pero tu lengua es un potro domador
y mis embrujos de niño no alcanzan.
Te vas,
tierra ajena,
mi corazón de tapera sin voz,
se quema solo de pura tristeza y baila en llanto una zamba de amor.