Late una vida eterna en los retratos.
Lo que no se cumplió, allí tiene su espacio,
su futuro imposible, su triunfo sorprendente.
A veces nos asombra el discurrir del tiempo en una cartulina,
el latido que vibra en esa superficie.
Duele la vida que tuvo movimiento,
un sorprendente y raro movimiento
que sin por qué destila un vago aroma de proyecto inconcluso,
de tímido boceto restaurado.
Pero allí está, mirándonos desde la antigua cartulina,
desde algún sitio permanente,
apartando la niebla que ha ido depositando el tiempo.
Y entonces...
Y entonces somos por siempre
el temblor de los rostros que nos miran,
la superficie tersa del estanque que no está
y el dorado crepúsculo que tiñe las hojas de los árboles.
El allí y el aquí corren despacio
hacia el puente que nunca cruzaremos.
De vez en cuando llueven los retratos.
De vez en cuando llueven los retratos.