La muerte de mi caballo,
reina,
el dolor pa' ser asintió mi Venezuela.
El tuyo era Rusio Moro,
pregúntale a José Alí,
el mío se llama Pantrera.
La diferencia que hubo a Icaro de Narbo en la forma en que murieran,
el tuyo lo mató a un rayo,
al mío picado de culebra.
Pero quedó en el recuerdo,
cómo lo voy a olvidar si lo llevo entre mis venas,
que sobre su lomo anduvo en toda mi tierra llanera.
Nació en tierras de la Pascua,
cerquita de Corozal,
donde tenía mi quesenera.
Era castaño jovero de siete cuartas
de altura con las cuatro patas negras.
En las mangas de villano,
Caquira y Carpio dejó su huella en la tierra.
De tropeos que conquistó me quedó la casa llena.
Una vez en calabozo,
óyeme,
no,
Freddy López,
montó en sus aguileras,
sacó seis toros
de puertas que se los brindo a la reina.
La muerte de mi caballo,
Francisco Montoya,
recordar
a la noticiera.
Es como dice el refrán que me pegó mucho más que puñalada trapera.
Cómo lo voy a olvidar si varias veces salvó mi vida con sus faenas,
una vez el portuguesa
nos llevó con su chorrera.
Mi potro se defendió,
ayudado con la corriente,
con sus patas delanteras,
la de atrás agarró y enredó la mejuquera.
En las mangas de Barinas, en la equipa,
cien dolores hicimos unas carreras.
Allí de a punto corrí también te guardan
de frisco los bretón en la talanquera.
Pero fue Enrique Angarita, fino campeón
nacional quien lo metió en la candela,
sacando los doce toros de aquella tarde llanera.
El doctor Díaz Moronta,
quien observaba de cerca todas aquellas rubieras,
recordó los buenos tiempos de don Antonio Bosquera.
Por eso a mi Venezuela yo le canto a
mi montura que siempre fue de primera.
Su fama como la pólvora,
los cinco estados llaneros corrió sin tener fronteras.
Lleno de muchas esperanzas,
en el salón de mi casa dejé colgar mis escuelas,
esperando que de nuevo la llanura repusiera.
Otro caballo en mi vida,
bien homenaje ponerle su nombre que fue Pantera,
va a recordar con nostalgia su figura y perecedera.
Hoy les quiero recordar que casi todos
los vaqueros han pasado por estas penas,
y de noche en los tranqueros se oyen todas
las victorias que las cuentan y recuerdan.
Pero nunca se me olvida,
en aquella reunión alumbrados por una vela,
muchos peones comentaban de sus monturas tan buenas.
De su caballo relámpago,
del caballo ventarrón y alguno nombró gallegua,
todo llanero ha tenido una historia verdadera.