para todas las mujeres bonitas y feas,
la mujer piriteña.
Una mujer piriteña
me tiene una brujería.
Ahora la quiero tanto,
después que no la quería.
Dicen que ella me embrujó con una fotografía,
para mirarme penando así como ella quería,
metido en un botiquín de noche igual que de día.
Cuando me recuerdo de ella se acaban mis alegrías,
se pone mi corazón en dispera
de agonía y no encuentro en mi cantar ni tono ni melodía.