Más allá del pasillo sigue habiendo luz.
Puedo ver sombras en las paredes.
Oigo voces que corretean alegres y golpean las puertas con inquietud.
Huele a café recién molido
y a pan de trigo sarraceno recién tostado.
La humedad del aire refresca mi
garganta y despierta mis pensamientos,
que siguen adormilados.
Mi mirada se desliza por los papeles y se detiene al fondo,
donde
mi corazón me espera pacientemente y me provoca,
revoltoso.
El tiempo me empuja y me retiene,
me agita y me sujeta, me apremia y me entorpece.
Pero yo me asomo al espejo y confirmo que
ha llegado el momento de echarme a andar.
Me pongo en pie,
camino despacio y piso firme.
Ya no hay marcha atrás.
La boca de mi estómago grita para encontrarse
con mi voz,
que es mi vida.
Y así,
sonrisa en mano y miedo volando,
me lanzo hacia la
luz que siempre he sido,
esa luz que siempre, siempre estuvo allí,
más allá del pasillo.