Un hombre conduce siete horas,
siete largas horas de miedo y duda.
No es la primera vez que lo intenta.
Conoce de memoria cruces y baches.
Tienta la suerte que a la vez,
que acelera
y culpa las canciones,
culpa el motor.
Tantos nudos de autopista,
rotondas sin salida.
¿Dónde están los mapas?
¿Por dónde hay que seguir?
Son las luces de Grouchen.
Las que vienen de frente.
Son las luces de freno.
Las que le
hacen llorar.
Seguramente eso será.
Un hombre no cambia con los años.
Golpe de volante,
kilómetro ciento tres.
Sobresalto que salva con maña.
En el maletero vuelan caraveras.
Elige aparcar en un área sin camiones.
Si le preguntas fingirá que es azar.
Y pide
abrazo y corazón por lo menos dirección.
¿Dónde están los mapas?
¿Por dónde hay que seguir?
Son las luces de Grouchen.
Las que vienen de frente.
Son las luces de freno.
Las que le hacen llorar.
Seguramente cierran los bares.
Ya no fían a nadie.
Son las luces de Grouchen.
Las que vienen de frente.
Son las luces de freno.
Las que le hacen llorar.
Seguramente son las luces de Grouchen.
Las que vienen de frente.
Son las luces de freno.
Las que le hacen llorar.
Seguramente
a Dios dirá.