El final se va planteando cada vez más,
definido ante mis ojos,
ante mis ojos.
Desde lo alto veo al vuelo del cóndor,
apunta su cresta,
el sol quiere besarle.
Exprimo mis entrañas, me convierto en duende.
Tan difícil es estar,
es estar conforme.
Impacibles testigos de proezas.
Indíquenme el camino
a seguir.
Ódlele fuerza a mi mano,
para que el vino grite.
Me asusta el gran tamaño del muro.
Veo el palacio, el bosque, el valle entero.
Podría dominarlo si quisiera,
pero estoy
preso en mi propia violencia.
Y todo se
presenta en un tono grande.
La garganta de la roca
gime mi nombre en mi oído.
Y la pálida armonía de este reino se va
apagando
como el grito del
sol.
Es tiempo de entrar en esa boca.
Y extinguir
el dormitar de aquel sabio.
El gran eclipse