Cuando uno vive arrimao, sufre de todas maneras. Por eso paré mi rancho pa' que nadie me jodiera.
Primero fui y miré el sitio cercano de una ribera que no se fuera a inundar en épocas invierneras.
Alisté las herramientas que la ocasión me pidiera, hacha, pala y barretón y peinilla, cinturera, platos, cosillos, perolas y una olleta cafetera.
Y convidé a mi mujer, excelente compañera, a hacer una ranchería pa' comenzar sin flojera a parar nuestro ranchito entre el monte y la pradera.
Con una buena mujer cualesquiera, hombre prospera, yo sería el dueño y el peón y ella dueña y cocinera.
Pa' la comida me robé un maute en la mañocera, salé carne y la sequé sin que ninguno me viera.
Yuca y topocho sabía todo lo que uno quisiera. Limpié el cuadro y lo medí y comencé la olladera.
Luego amolé los metales para cortar la madera, forcones de corazón para que no se pudrieran, costillas de majahuillo, la cumbrera y dos soleras.
Y estirantes derechitos que ni una curva tuvieran, las agujas de cubarro que son las más duraderas pa' que el viento al caballete no le alce la cabellera.
Traqué más agua y vejuco pa' empezar la amarradera y había cortado el moriche en épocas menguanteras con un güey viejo mancito que jala más que una fiera.
Arrimé todo el material sin que el diablo lo supiera, pedí ayuda a los vecinos que viniera el que pudiera y en estos casos por regla todo el vecindario coopera.
Trechamos y a los tres días ya tenía mi escampadera y como por mano de Dios no quedó ni una gotera, ensorompé dos piecitas con benca de las palmeras y puse la cruz de mayo para que me protegiera.
Lo demás poquito a poco lo hice con mi compañera, un jagüey de cinco metros con agua hasta veranera, el pocón es de tres topias.
Para hacer la comedera hice un potrero pequeño para dos vacas lecheras, un corralito de guafa al lado la topochera y tumbé un piazo de monte pa' sembrar mi cementera.
Me llevé un cazar de perros por si un bicho no saliera, un berraco, tres lechonas y una chusa madrinera, seis gallinas y un buen gallo que les turga la huevera.
Hice una caballeriza donde la bestia se apera, acotejé un garabato con las hojas y las cacheras y la silla en un horcón cuelga de una caramera.
Ella a las dos de la mañana me menea las cabulleras pa' que empecemos a darle movimiento a las caderas. En mi ranchito criollito ya nada me desespera, eso es bendición de Dios vivir en tierras llaneras.