Fue en San Telmo, fue en un bar,
en un bar de pocas mesas,
no sabían con certeza quién los iría a escuchar,
pero se empezó a llenar, quizá,
por gracia divina.
El éxito fue a rutina,
y fue a rutina el derroche,
dejó de todas las noches los del tributo a Sabina.
El éxito es uno de los otros cuando se larga a volar,
eso sí,
llenar un bar no es lo mismo que un teatro,
y así fue que tres o cuatro,
de manera clandestina,
lo sé,
nadie lo imagina,
no es cuestión de quedar manco,
planearon robar un banco,
los del tributo a Sabina.
Pobres,
tienen un gran karma que con seis cuerdas amarran,
todos tocan la guitarra,
nadie sabe usar un arma,
nombraron un jefe al arma,
él,
planifica y combina,
¿por qué lugar de Argentina les conviene ir de paseo?
Son los reyes del choreo,
los del tributo a Sabina.
Bueno,
en este o que seguimos hasta España, ¿no es?
A Madrid,
al este, al este, tío.
Y pronto,
en un periquete parece fácil la cosa,
cavaron una gran fosa,
hicieron un gran boquete,
eso sí,
de seis a siete,
con lluvia,
nieve o neblina,
de noche o a la matina cantan,
de principio al fin,
las canciones de Joaquín,
los del tributo a Sabina.
¡Oh,
irrespetables señores!
Pues gracias a ese boquete,
juntaron muchos billetes,
de todos,
todos colores,
adiós,
a los sinsabores,
adiós,
antigua rutina,
hoy viajan en limusina,
a dejarse de joder,
cantan por puro placer las canciones de Sabina.
Han mudado el domicilio, ahora viven en España,
cerquita de Malasaña,
pero nunca hablan de exilio,
y viven en el idilio, el momento se avecina,
pues saben que en cada esquina,
tomando Bosca y Speed,
caminando por Madrid,
pueden cruzarse a...
Sabina.