Acariciando los mares en un rutito velero,
un romántico trovero la trajo para estos lares.
Pero al oír los cantares,
sumibles del campo abierto,
dejó un simbólico puerto y se ayuntó con amor.
Al alma del payador para palpar el desierto.
Se arrimó a la tolvería con los sueños
del materero y en las huellas del tropero
fue visión de lejanía.
Dantiendo la pulpería, la costa y el campamento,
se adivinó el pensamiento al hombre de mi nación,
que entonaba una canción con la
música del viento.
Y ella en más fue la guitarra,
señera en las tradiciones,
supo templar corazones de
las mujeres bizarras,
las que gestaron las garras de los criollos paladines y apuntalaron
portines para defender a mi tierra,
cuando al bocear de la guerra se acollaron a los clarines.
Hoy ha pasado todo eso en mi patria liberada,
la guitarra sigue atada en el ata del progreso,
señala con su embeleso los rumbos de mi camino,
pues parece que el destino de la guitarra está hecho
con un pedazo del pecho y un corazón argentino.
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