Al ser vendidas las tierras de la estancia a los luceros,hoy las compra un extranjero disparándolo a la guerra.Allí se acabó la guerra, orgullo de tantos peones.Se apagaron los fogones, se derrumbó la matera.Murió la imagen campera que tuvieran sus patrones.Todo tenía su fin con inmensos rascacielosy se transformaba el suelo en inmenso polvorín.En desafiante trajín fueron trayendo cañonesy una hilera de camiones con toda la hacienda río.Y enseguida se marcó haciendo pistas de aviones.La perversa travesía cambió al recero mentadopor hombres uniformados que hacen guardia noche y día.Hoy pienso con ironía por donde supe pasarhan logrado plantar una garita flamantey una cadena tirante que dice prohibido entrar.Donde se estuvo mateando con guitarras y cantores.Hoy solo se oyen motores noche y día funcionando.El monte fueron cortando tratando de hacer lugar.Comenzando a despuntar unos hombuses viejasos.Que al verlos cara a pedazos daban ganas de llorar.Entropillando lamentos se fue Don Horacio Almada.Con la tropilla entablada con un hondo sentimiento.Todo se parece a un cuento que mata la tradición.Se fue el domador Zenón junto a él Esteban Reyes.Obedeciendo las leyes de la paz.Los arados son vendidos a la más mínima oferta.Y se cierra la compuerta de un pasado lindo y florido.Despacio caen al olvido los balancines, la pero.Y la melga en los potreros no se cerrará jamás.Porque ya no se hará más en la estancia de los luceros.Las chatas se van vacías al norte.Para no existir la cosecha.Y se van por una brecha muy distinta al de otros días.Muere el campo y su alegría al ser tapado el jagüel.Y Don Alberto Maciel que fuera nuestro encargao.Fue el último en salir montao con diez animales de él.Un croto se ha detenido allá en el atardecer.Fué.Él tampoco puede creer que todo se haya perdidoHay alguien que le ha prohibido entrar por ciertas razonesY sin más explicaciones vuelve otra vez a la huellaPensando en las horas bellas que churrasqueó entre los peonesYo también desde el camino eché el último vistazoQue ha sido como un planazo en mi pecho de argentinoHacé mi poncho barcino que acomodé sobre el cueroY cuando el sol al sendero lentamente lo cubrióLe dejé el último adiós a la estancia de los luceros