El pelado.
Ya en primero superior le pusimos el pelado,
por el pelo recortado siempre mayor a menor.
Aunque no fue peleador, le ganaba todo el grado.
En la clase era callado y en la guerrilla, el mejor.
Trabajaba en el mercado de mañana con el padre
y es por eso que la tarde lo agarraba muy cansado.
Traía olor a pescado y a causa del agua fría
en el invierno venía casi siempre resfriado.
Era rápido en sumar, pero flojo en geografía.
Los mapas no le salían, le costaba dibujar.
Al rusito por calcar caracoles le traía
de aquellos que la salfina los hacía recular.
La maestra lo quería, casi siempre lo ayudaba.
Cuando alguno le soplaba se hacía
que no se le caigara el pelo.
No veía, más colorado se ponía y entraba a tartamudear
y en lugar de contestar la embarraba todavía.
Fin de año se acercó y el examen fue muy bravo
y allí se quedó el pelado por el cero que sacó.
Al salir me sonrió, dijo,
¿qué vas a hacer?
Y el viejo me va a romper, ayer me la sentenció.
Todos pasamos de grado.
Hubo fiestas, canciones,
hubo besos a montones de padres entusiasmados
y en el patio, arrinconado, por temor a hacerse ver,
contemplaba a la pared la tragedia del pelado.
La maestra que lo vio se abrió paso derechita,
lo agarró de la perita y con cariño le habló.
Se me apretó el corazón cuando la vi a mi maestra
hacer de lado la fiesta por uno que no pasó.
Para siempre fue al mercado,
a trabajar con el padre.
Y en el turno de la tarde no anotaron al pelado.
Aquel olor a pescado y aquel mayor a menor
con nosotros nos formó al entrar en quinto grado.
Cuánto tiempo que pasó.
Cuántos años que se fueron.
Cuántos viejos compañeros que la vida me quitó.
El sapito, qué sé yo.
El pelado, pa' qué pensar sin dar ganas de llorar.
El ayer que se perdió.