Hubo un párroco en mi barrio que sedujo al vecindario con su recia somiliaz y temible
complexión.
Era un clérigo herculano que enseñaba el credo ufano del tortazo y de las preces como
método hacia Dios.
Quiso la naturaleza de los pies a la cabeza, darle al bueno de Antoñito un valor descomunal.
Ya en su juventud temprana, con su fuerza sobrehumana, se enfrentaba a los matones que
aterraban su arrabal.
Mozo de imponente gusto y enemigo de lo injusto, estudió en el seminario y llegó a una conclusión.
Puede ser que el pugilato, visto en un sentido lato, logre redimir al débil cuando falla
la oración.
Harto del ambiente turbio de este misero suburbio, tanteaba la manera de acabar con la opresión.
Si uno quiere liberarse es preciso empoderarse, lo primero es ser ejemplo, devolverles la
ilusión.
Qué hostias daba del demonio, qué hostias daba el padre Antonio, cuando algún desamparado
era objeto de agresión.
Mamarrachos y sicarios, chulos narcos, empresarios, hasta un juez y un diputado recibieron comunión.
Con su verbo vigoroso y unos brazos de coloso, los domingos en la misa predicaba ante su
grey.
No inquéis nunca la rodilla, no ofrezcáis la otra mejilla, en el cielo amada Dios y
en la tierra Acasius Clei.
Desde el mismo primer día instaló en la sacristía un gimnasio con un ring y rutinas
infernales.
Entre rezo y confesiones repartía indicaciones a la tolita parroquia.
Tú haces cuatro abdominales.
Poco a poco los devotos nos pusimos como motos, ya no queda allí en el barrio ni un malandra
que nos ladre.
Nuestros puños eran ley y adorábamos al rey, coreando como godos.
¡Viva Antonio, viva el padre!
Pero un día el obispado, con el ánimo turbado, por aquella heterodoxia atajó la situación.
Siempre a ojos del prelado innovar es un pecado y sin más lo excomulgaron al destierro por
traición.
¡Qué hostias daba del demonio, qué hostias daba el padre Antonio a la ingente comitiva
que lo vino a deportar!
Dicen que hasta en un renuncio le cayó un ostión al nuncio todavía no recuerda lo
que vino a proclamar.
Acabado aquel pitote nuestro amigo sacerdote.
Partió en busca de otros lares que poder emancipar.
Desataba sus fervores, combatía a explotadores, enseñando al indefenso cómo debe pelear.
Enfrentaba a los gigantes, cabalgada rocinante, que él de nuevo mete miedos y porcias de
verdad.
La justicia en diferido pierde todo su sentido, revelaos en este mundo y en el otro Dios dirá.
¡Qué hostias daba del demonio, qué hostias daba el padre Antonio cuando algún desamparado
era objeto de agresión!
Las mejores rebeliones no se hacen con cañones, los pequeños tienen chance recordar esta
canción.
Subtítulos realizados por la comunidad de Amara.org
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