¡Alto ya de los caprichos del Señor!
De tanto desprecio y tanta humillación,
ordinario, mentiroso y traidor,
tuve que matarlo por salvar mi honor.
Le gustaba pegar mocos en cortinas y divanes,
de su boca siempre había pedazos de cabrales.
Me llamaba a silbidos para descorcharle vinos.
Yo se daba de patadas con los ratos del menú,
era el mismo del cebú.
Hasta el final dejé mi piel,
yo fui un mayor domo fiel.
Hasta el final dejé mi piel,
yo fui un mayor domo fiel.
Víctima de mil abusos de poder,
le amasaba pelotillas en sus pies.
Se escondía en la armadura del salón
y sin previo aviso me batía un capón.
En un baile de disfraces se tiró horribles
cuescos y purando por sus muertos,
acusó a un servidor y se tristió con muñequeras,
un ligero y medias negras.
Confesó públicamente que me amaba con pasión.
Mi paciencia se acabó.
En su diván lo hipnoticé y a carajillos lo asfixié.
En su diván lo hipnoticé y a carajillos lo asfixié.
A
tolla de los caprichos del señor,
lo descuartizamos su señora y yo.
Después amos el cadáver y después lo metí en un turmix y lo trituré.
Y le dieron por fugado y un banquete celebramos,
los comimos en su honor.
Algo indigas a discreción,
los menudillos del señor.
Algo indigas a mogollón,
los menudillos del señor.
Hasta el final dejé mi piel,
yo fui un mayor homo fiel.
Hasta el final dejé mi piel,
yo fui un mayor homo fiel.