Darau era un mozo alegre que vivía con su madre,
trabajando en las estancias,
cazando en el Iberá,
pero una noche en un baile se enamoró ciegamente,
y al avisarle a un vecino que su madre había
muerto,
contestó tranquilamente,
no quiero dejar mi guaina,
si hay tiempo para llorar.
Allá entre los estelos del campo correntino,
rodeado de pastales y plantas y pehuá,
aún
vive la leyenda de aquel hijo bandido que
el Yara por castigo lo transformó en Carau,
y desde entonces el Carau,
el patrón de los estelos,
como no tuvo perdón,
soporta la
maldición vestido de luto entero.