Era un día cualquiera en que no tenía plan, ni comida en la nevera, y me fui de restaurante.
Me acerqué al que tengo enfrente, que aunque pica un poquitín, dicen que tendrá una estrella Michelín.
A la hora de los postres, sin temor al que dirán, discutiendo si el desgoste tenedado del culán
debe hacerse con cuchara o es mejor el tenedor, se gritaba una pareja con agror.
Vivan los de la cuchara, muerte a los del tenedor, goceaba aquella chica con un grito atronador,
y su novio la enfrecaba en mitad del comedor, muerte a los de la cuchara, vivan los del tenedor.
A mí que estos exabruptos no me caen ni bien ni mal, y sé que como el eructo son un tema cultural,
no pensé que aquella escena que creí sentimental iba a hacer que allí se armara la mundial.
Pronto todo el mundo estalla con aquella discusión, y en un campo de batalla convirtieron el salón,
tenedores y cucharas disparando a la limón una lluvia de croquetas de jamón.
Vivan los de la cuchara, muerte a los del tenedor, jaleaba una exaltada a los de su alrededor,
y pinchándole en el culo les petaba otro señor, muerte a los de la cuchara, vivan los del tenedor.
Unos cuantos transeúntes asomados al cristal empezaron, no preguntes, a increparse en general,
y al minuto ya corría como llama en secarra y por las calles un gran odio visceral.
Que si el tenedor usurpa a la cuchara su función, que si tiene ella la culpa de la mala digestión,
el país se fue encendiendo y en la red cada facción proclamaba fervorosa su opinión.
Toda Europa sufre un cisma aún peor que el de Aviñón, gente abriéndose la crisma con inquina y aversión,
nadie entiende de familias, amistad o religión, los cubiertos son la nueva filiación.
Vivan los de la cuchara, muerte a los del tenedor, cada bando se atribuye a ser el gran libertador,
y Occidente como siempre regurgita su rencor, muerte a los de la cuchara, vivan los del tenedor.
De regreso hacia mi casa donde apenas se les ve, al amparo de unas cajas dos mentigos encontré,
que ignorando lo ocurrido con los dedos, fíjense, rebañaban una lata de paté.
Aún se oían las soflamas recorriendo la ciudad de cretinos que difaman y se arrogan la verdad,
y me dio una bofetada la implacable realidad, mientras haya pobres no habrá libertad.
Hasta que no detengamos el mal de este mundo cruel y continuo repartamos las riquezas que hay en él,
seguirán los del cuchillo dalivando el oropel y quedándose los trozos del pastel.
Vivan los de la cuchara, muerte a los del tenedor, todavía gritan muchos emperrados en su error,
y por más que los escucho no minora mi estupor, tontos los de la cuchara, tontos los del tenedor.
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