Tiempo después,
el rey volvió a enfermar,
y nadie pudo encontrar la cura.
Luego el pueblo se volvió en contra de la corte.
El rey murió
y el palacio desapareció.
Ahora,
a través de los sombríos ventalales de las ruinas del castillo,
se ve la lúgubre
danza de algunos moribundos
que en vano
tratan de salvar la vida de algún imaginario rey.
La montaña se convirtió en leyenda
y el valle en paraíso.
Y de tanto en tanto, la
muerte pasa disfrazada de cóndor.
El rey volvió a acercarse a la cueva del dragón.
Sólo algunos osados aventureros que transitaron
por esos mágicos senderos dicen haber escuchado
la risa de aquel sabio.
Los ancianos juran
que en lo alto del monte se dibuja,
danzando incansablemente,
la silueta
del buen bufón.