Leopoldo
tomó nuevamente la espada,
dispuesto a proseguir su camino.
Con paso decidido dejó atrás el bosque y el manantial.
La súplica de sus hermanos se iba transformando en
una carga más pesada aún que el acero de su espada.
Sin embargo,
cada vez que las fuerzas amenazaban con abandonarle,
resonaban los ecos de la voz de su rey.
Caballero, serás en mi corte.
Dejaría de ser el tonto bufón
y alguien bailaría para él.
Pero,
¿cuál era el precio que se le exigía pagar
para hacerse acreedor de tales beneficios?
¿Un simple cambio en la jerarquía cortesana
justificaba la inmolación de la sabiduría?
Atrapado en esta lucha de zones contrapuestos,
Leopoldo siguió su triste marcha a través del incierto camino.