Entre mil cavilaciones el bufón continuó
su marcha por el sinuoso sendero.
Se detuvo una y mil veces,
pero no tuvo el coraje de volver atrás.
Al salir del bosque se presentó ante sí el manantial.
Leopoldo decidió efectuar un breve descanso.
Dejó a un lado la espada y se dispuso a beber del agua cristalina.
Algo extraño llamó su atención.
Su figura no aparecía reflejada en aquel espejo.
Del mismo
emergió una voz dulce y melodiosa.
¿Hacia dónde vas,
mágico bufón?
Debo cumplir con la voluntad de mi señor.
¿Es acaso dicha voluntad que el dragón
sea muerto por tu mano?
Mi señora,
debo salvar la vida de mi rey.
Salva la tuya, Leopoldo.
Escucha la voz del viento.
Tu alma sangrará si lleras.
Eres como nosotros.
Recuerda este consejo.