Hoy me levanto un poquito tarde, me despedezo pausadamente,
desayuno me hace un poco y no me aceito.
Sin darme cuentas salgo de casa antes de decidir a dónde ir,
al volante de mi auto algo se me va a ocurrir.
Ya estoy camino de no sé dónde, no tengo prisa por decidir,
mientras me adelanta la gente y sufre de sí.
Me estoy fijando qué mala leche llevar a gente,
cuántos problemas y frustraciones deben tener.
Estoy a su entera disposición pero no se dan cuenta
y en vista de ello me voy al monte a silbar.
Camino un rato arriba y abajo pensando en nada para variar,
pensar en algo es un trabajo que ahora no voy a realizar.
Mi nariz me ha traído hasta este mesón, aprovecho y me como un dechón,
por supuesto regao con buen vino de la tierra.
Qué suerte dan un partido por televisión, lo giro haciendo la digestión,
lo veo entero, hasta el final hay emoción.
El mesonero me trae la cuenta y me da una palmada,
trae la botella y quiere comentar las mejores jugadas.
Después de un rato de charla ligera y animada,
las piernas me llevan al monte y de nuevo me pongo a silbar.
Yo soy cordial y bien humorado, con el que quiera estar afirmado.
Mi corazón no tiene cuertas, por eso está siempre ventilado.
Las preocupaciones hay que resolverlas con mucha tranquilidad.
Dale un descanso a tu mente, relájate, ponte a silbar.
Dale un descanso a tu mente, relájate, ponte a silbar.
Como dijo el Iberique y pasó,
por Aguasión y Bacho.
A tu hijo le pidas que ponga un...
¡Felicidad!