Recuerdo una villa guillermina que fue muriendo lentamente, con el monte, el hacha y el tanino.
Recuerdo de una guaina y una calle polvorienta del Chaco Santafecino.
Recuerdo a esa forestal de bolladas, a Cheros y a Cerrín, de rollizos, silbidos y zapucay,
de ranchadas, cantinas obrajeras y aquella maestra primera que jamás he de olvidar.
¿Cómo olvidar yo villa guillermina, si entre tus calles soñé por vestimedad?
En tus veredas, aroma de azahar, que perfumaron mi loca juventud.
Entre el foliaje de tu celda.
En tu selva bravía, oreja e ilusiones y tras de mil caminos, tuve la dicha de amores y cariños.
¿Cómo olvidarte, oh villa guillermina?
Yo soy uno de tus hijos que a la distancia siempre recuerdo, aún escucho en mis oídos voces y cantos tan queridos.
Despertaba a las mañanas el trinal de pajaritos, el arroyo, los amores.
Fue testigo de mi adiós.
Bailando junto con esa china amada, sentí en mi pecho latir una esperanza.
De esos amigos.
Recuerdo de la infancia, esa maestra que bien me aconsejó.
¿Cómo olvidar yo villa guillermina, si ese tu cielo es tan azul divino?
Y las estrellas aún más fulgurantes, es manto eterno que cubre mi orfandad.
Yo soy uno de tus hijos que a la distancia siempre recuerdo, aún escucho en mis oídos voces y cantos tan queridos.
Despertaba a las mañanas el trinal de pajaritos, el arroyo, los amores.
Fue testigo de mi adiós.